Caminando por el PR-Z 3 o lo que la niebla esconde.

Alcalá de Moncayo bajo la niebla.


"¿Quién, en fin, al otro día,
Cuando el sol vuelva á brillar,
De que pasé por el mundo
¿Quién se acordará?"

Rima LXI. Gustavo Adolfo Bécquer.

Asomada a la ventana contemplo como la niebla sitia Villa Encanto, mis pensamientos chocan con el helado cristal y no consiguen pasar al otro lado. Suena el teléfono, mis amigos Pilar y David vienen a rescatarme...

Juntos retamos a la tarde gris y caminamos hacia Veruela. Bajo la cobija etérea que nos arropa compartimos risas, sueños y miradas de complicidad.

Partiendo de Alcalá de Moncayo  nos dirigimos a Vera del Moncayo, utilizando el recién restaurado PR-Z 3, sendero de pequeño recorrido que une el Monasterio de Veruela con el GR-90.1, que recorre las cumbres más altas de la sierra hasta llegar juntos al Collado del Campo.

El camino está correctamente señalizado con marcas y postes, aunque se requerirían de pasarelas en un par de acequias que hay que saltar y que yo esquivo caminando junto a las viñas que arden en color y que están sensacionalmente espectaculares.




Pronto llegamos a la ermita de la Aparecida, lugar donde se apareció la Virgen al señor de Atarés, fundador del monasterio de Veruela a petición de instancias divinas.


Ermita de la Aparecida


Recorremos la alameda que Bécquer describe en sus cartas y que llega hasta al Monasterio de Veruela, lugar donde estuvo hospedado y fue "encantado" al igual que nosotros por la magia del Moncayo. Como él, paramos a hablar con un lugareño que junto a un chopo descansa, el hombre ya mayor reconoce a David y se engancha a nosotros que amablemente le escuchamos con una sonrisa paciente, pero las agujas del reloj corren y la noche está próxima.





Tocamos chufa en el monasterio pero continuamos hasta Vera de Moncayo por el Paseo Bécquer (PR-Z 2), recorriendo los 5 km totales que separan el pueblo de Vera con Alcalá. Regresamos al punto de inicio por un prometedor sendero que aún no conocíamos. Nuevos y mágicos rincones nos sorprenden y un otoñal atardecer disipa la niebla para que los últimos rayos de sol iluminen la belleza que nos rodea. La noche se nos echa encima pero las luces de Alcalá nos guían.

Llegamos emocionados rebosantes de la belleza que nunca imaginábamos ocultaba la niebla. Pronto te cuento nuestros nuevos descubrimientos, tengo que volver...
 






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